martes, diciembre 12, 2006

La lluvia y los coches

Poco llueve en Canarias, pero cuando llueve esto se convierte en una pesadilla. Da gusto ver cómo es de agradecida esta tierra, que con cuatro gotas se pone todo verde, pero es que la gente, a nada que se moja el suelo, es incapaz de soltar el coche. Es un mal que entiendo es de todas las ciudades, pero claro, yo sufro lo de esta. Y es que entre las compras compulsivas de Navidades y las cuatro gotas antes mencionadas, circular por Las Palmas de Gran Canaria es una tarea desesperante. Y algunos pensarán... "claro, y tú vas a patita, ¿no?". Pues no, yo trabajo fuera de Las Palmas y no me queda más remedio que coger el automóvil, aunque a veces tengo que moverme por la ciudad por cuestiones laborales, o bien volver a mi casa, que para algo pago el alquiler todos los meses. Y sufro, doy vueltas desesperado buscando un sitio donde aparcar, aguantándome las ganas de comprarme un tanque y aplastar a todo aquel que se me cruce por medio, cagándome en todos los que aparcan en doble fila, en la policía que bien parece que estén tocándose los "bollows" mientras esa gente está entorpeciendo el tráfico por sus santos cojones. En fin, un asco.

Un saludo o siete...

martes, diciembre 05, 2006

Qué sonrisas más tristes

Muy buenas. Últimamente, con todos los escándalos diversos sobre corrupción inmobiliaria, dan ganas de salir a la calle a mentar a la madre de la masa política al completo. Y es que parece que no se salva nadie, que la excepción es el político honesto, el que trabaja para el bien público, el que se preocupa de que las cosas vayan a mejor. Así, cuando se destapa otro escándalo más, se nos dibuja una sonrisa, se arremolina un espíritu jaranero, porque damos por hecho que en donde quiera que un juez se ponga a investigar, sacará una trama de financiación o simple enriquecimiento de la clase política, desde el concejal de festejos hasta el primo del alcalde de cualquier municipio perdido en la piel de toro. Qué triste, señores. Y mientras tanto, el españolito que tiene una vida normal, batiéndose el cobre para llegar a fin de mes, hipotecándose hasta las cejas para acceder a una vivienda "digna", sufriendo los efectos de la llamada burbuja inmobiliaria, que parece que no vaya a estallar jamás de los jamases... Qué triste y qué desesperante. Hace falta una revolución, pero ya. ¿Hay alguien ahí dispuesto a encabezarla?

Un saludo o siete...